FABULAS
DE ESOPO
Fábula I. -El lobo y el cordero.
Acosados por la sed llegaron a cierto arroyo un lobo
y un cordero. Púsose a beber éste en lo más bajo
de
la corriente; aquél, por lo contrario, fuése a lo más
alto.
«¿Por qué has enturbiado el agua mientras yo bebía?
dijo el lobo, buscando así un pretexto de rifia.-¿Es-
tás loco? repuso el inocente cordero; si el agua corre
hacia mí desde donde tú te encuentras; ¿cómo,
pues,
he de enturbiarla yo?»
A tal argumento hubo de callar y morderse los la-
bios nuestro lobo. Pero reponiéndose un tanto, afia-
dió al poco: «Pues has de saber que hace seis meses me
llenaste de injurias.-¡ Seis meses!.... contestó el infe-
liz cordero; ¡pues si no tengo más que cinco! -Bien;
entonces sería tu padre...» , y arrojóse sobre su
codi-
ciada víctima y la devoró.
Cuando los fuertes se empeñan en tener razón, ¡pobres
de los débiles!
II -El gallo y la margarita.
Cierto gallo, con puntas de filósofo casero, acertó a
encontrar una muy preciosa margarita en el mismo
muladar en que andaba buscando de comer,
y maravillado de verla en sitio tan inmundo,
díjole de esta suerte: « ¿ Cómo yaces aquí,
habiendo tantas damas que con gozo se des-
prenderían de sus más preciadas riquezas, a
fin de que tornases a tu pristino estado?
Pero a mí que de nada me sirves,
holgárame en poderte trocar por un gusano, siquiera
fuese tamaño como tú.»
Semejante alhaja en poder del gallo, era como el mejor
de los libros en manov de un tonto.
III - El ratón, la rana y el milano.
En el apartamiento v soledad de una hermosa lagu-
na, vivían gozando de envidiable dicha, un ratón y una
rana. Mas la pícara vanidad, que casi siempre nos cie-
ga, fué parte a inspirarles el deseo de , proclamar la
individual soberanía de aquellos lugares.-«Yo soy
dueño de la fuerza terrestre » decía el ratón,
- « y yo de
la naval»-contestaba a su vez la rana.
Con ayuda de dos juncos puntiagudos, trabaron en-
carnizada guerra en defensa de sus pretendidos dere-
chos, y se habrían teñido en sangre las uñas de la
so-
segada laguna, si cierto milano que atisbó lo ocurrido,
no hubiese puesto fin a tal escena con un trágico desen-
lace: el de atrapar con sus garras a los contendientes y
comérselos aquella noche.
El intento de perjudicar a otros suele trocarse en nues-
tro daño y ruina.
IV - Una águila y unaraposa.
Trabaron entre sí amistad, y a fin de estrechar más y
más sus vínculos con la familiar conversación, acorda-
ron vivir en lugares cercanos. Hizo, pues, el águila su
nido sobre un muy elevado árbol, y la raposa vino a
poner sus hijos en ciertas matas que allí cerca había.
Sucedió que yéndose un día a caza, el águila,
nece-
sitada de alimento, voló a las matas y arrebatando al
mayor de los hijos de la raposa, sé lo comió, según
contaron después los pequeñines.
Volviendo la raposa y entendiendo lo que había pa-
sado sintiólo en extremo, no tanto por la muerte del
hijo, cuanto por no poder castigar a su vecina. Limitó-
se por entonces a maldecirla, recurso de que suelen
echar mano los débiles y de corta fortuna.
Mas pasó el tiempo, y el águila, que ya ni aun saluda-
ba a su antes grande amiga, voló a donde estaban sacri-
ficando una cabra, y arrebatando parte de ésta, llevóse
consigo algunas de las ascuas encendidas, que por efec-
to de la humedad se habían adherido a la carne. Acertó
a levantarse un muy gran viento, se encendió inmensa
llamarada, y los aguiluchos, sin poder volar, pues aun
carecían de plumas, vinieron a caer en el suelo; y a
vista del águila, que se cernía en los aires contemplan-
do tan horrible catástrofe, se los fué comiendo uno a
uno muy tranquilamente nuestra raposa.
Es seguro que no escaparán sin castigo divino los que
violaren las leyes de la santa amistad.
Pep Cardona. Noviembre 1996. Palma de Mallorca.